lunes, 25 de septiembre de 2017

La tierra también conmemora

-Son las once de la mañana del martes 19 de septiembre de 2017 en la Ciudad de México; en unos minutos más sonará la alarma sísmica. Recuerde que es solo un simulacro en conmemoración al 32º aniversario del terremoto de 1985.
(MINUTOS DESPUÉS) -Ha comenzado a sonar la alarma sísmica, desaloje con precaución el lugar en el que se encuentre y colóquese en un sitio seguro. Yo haré lo mismo, público televidente. Siga los protocolos de seguridad y atienda las instrucciones del personal de protección civil.

Mientras el conductor de televisión repetía estas palabras, se le dibujaba una pequeña sonrisa en su rostro maquillado. Sonrisa que delataba la ligereza de la situación. En tiempos de calma, un simulacro no causa mayor estrés; sin embargo, se percibía un toque de tensión en el ambiente pues doce días antes había ocurrido un terremoto con epicentro en Chiapas que resultó fatal para este estado y para Oaxaca, no así para la Ciudad de México.

El simulacro se llevó a cabo con normalidad posteriormente la población regresó a sus actividades cotidianas y extra-cotidianas pues en ocasiones, después del simulacro, se otorga tiempo libre en las escuelas, por ejemplo. Dos horas, catorce minutos y cuarenta segundos más tarde, como si estuviese haciendo su propia conmemoración, la tierra liberó energía nuevamente en 7.1 grados de magnitud en la escala de Richter. Esta vez el nombre del caos fue deletreado en mi ciudad. Gritamos, nos abrazamos, se escucharon súplicas, se elevaron oraciones: el miedo se nos sentó en las piernas. Mientras la tierra se sacudía el estrés en un acto natural, nosotros vimos la vida pasar. Temblamos con ella, en ella. Con los ojos bien abiertos fuimos testigos de nuestra propia fragilidad, e incapacidad para detener su movimiento. Movimiento que, hasta hoy, nos ha quitado 186 vidas, vidas que no representan solo un número de tres cifras. Todas ellas tienen un nombre, un rostro, cada víctima tenía sueños, ambiciones, ocupaba un espacio en esta caótica ciudad. Casas, edificios, banquetas, escuelas: cientos de sitios han colapsado dejando gente herida y gente sin techo. 

Nos sacudió la tierra y despertamos: brotó la solidaridad colectiva. La sensibilidad social ha cambiado (y no digo que para siempre), guardamos silencio con dolor por nuestra gente fallecida a la vez que respiramos esperanza: se ha visto tanta cooperación...Tenemos una ciudad activa, una ciudad que alienta, aporta, auxilia, atiende. Dentro de muchas divisiones hay unidad. En cada centro de acopio hay manos que levantan, organizan, distribuyen los víveres. Dentro de cada albergue hay personas dedicando su tiempo a los demás, contando un cuento a los más pequeños, haciendo uso de la imaginación para hacer reír ahuyentando la angustia y liberando el trauma. 

Cuando la tragedia aterriza, nace la fuerza. Cuando el panorama se opaca, se emprende la búsqueda por el brillo. Cuando hay cenizas, renacemos de ellas. Cuando hay escombros, se levanta el puño y se guarda silencio, basta escuchar una voz para levantar toneladas de concreto. En medio del llanto, con el corazón agitado, aún con la cabeza llena de incertidumbre, la primera persona del plural (en femenino y masculino) se fortalece.  



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