A Lombardo "ojos de océano"
Ahora comprendo que el distanciamiento no lo causó mi fatal descuido ni mi absurda diversión sino la premura por entregarse plenamente a la soledad y la escritura. La necesidad de testimoniar su paso por el mundo se aceleraba en tanto la cronicidad de su enfermedad le recordaba su finitiud.
Yo, enamorada de aquella frase de Octavio Paz: la vida no es de nadie, todos somos la vida, subestimé la fuerza con la que el destino, que a cada cual le es propio, emite su llamado; creí en la ilusión de lo duradero y en mis ganas de compartir la vida. La confianza que tengo en la verdadera comunicación, cuando es de persona a persona, me hacía desear profundizar más en nuestra relación: en la relación interindividual.
Él, con envidiable y a la vez aprendible amor propio, sabiendo con certeza -quizá engañosa- cuándo es suficiente, repetía la misma acción que le perseguía desde siempre: distanciarse de la mujer que lo ama por un indescifrable pero intuitivo motivo. Poder decir adiós es crecer; no es soberbia, es amor, dice Cerati en la canción "Adiós"; canción que constantemente él reproducía como si fuese una advertencia; como una especie de inquebrantable destino.
Sabiéndose enfermo y breve, más breve que la gran mayoría, encontraba en la idea de la muerte su impulso vital. El miedo, el dolor físico y la inquietud mental que conlleva la enfermedad es intransferible e inimaginable para los demás, no por ello es menos compartible. Abracé su enfermedad deseando con tanta fuerza su recuperación... le abracé tan fuerte que no quería soltarle. Su obsesión con la muerte se volvió mi obsesión, adquirí una manía por leer sobre riñones e insuficiencia renal. Deseé ser compatible con su tipo de sangre para donarle un riñón. La idea de finitud jamás tuvo tanto peso en mi vida como cuando estuve con él. "Nos identificamos de tal manera con las personas con quienes mantenemos una relación importante, que sus experiencias pueden convertirse en nuestras propias experiencias", afirma el sociólogo alemán Hans Joas.
Le recuerdo enamorado de la poesía de Pessoa, la filosofía de Unamuno, la literatura de los rusos Andréiev y Gorki, el nihilismo de Nietzsche, la vida y obra de Richard Dadd -aquel pintor del que habla Octavio Paz en El mono gramático-. Salta a mi mente su silueta tocando el piano, moviendo la cabeza a manera de negación pues llevaba un buen tiempo sin practicar, me hablaba de sus planes: también quería dedicar una fracción de su vida a pulir su técnica en el piano. Le recuerdo seducido por la música, compartiéndome a Satie, a Stockhausen, a Bartok, reggae, ska, música japonesa... le recuerdo caminando, recorriendo largas distancias a pie. Le recuerdo despreciando a los pensadores que reducen el peso de la acción individual para fijar su atención en la acción colectiva que constriñe, porque era un ferviente defensor de la libertad individual. Coincidía con el anarquismo aunque le parecía irrealizable. Nos recuerdo leyendo cuentos de Kafka, poemas de Rosario Castellanos, hablando de la locura y los miedos, la pobreza, las clases sociales, la marginación, debatiendo el papel del Estado, la globalización, las relaciones de poder, el feminismo... nos recuerdo enamorados, tontos, bestiales, frescos, amables. Invoco nuestra relación epistolar y un silencio cómodo me arropa.
Hoy más que nunca y con nostalgia resuena uno de mis poemas favoritos: Desde entonces, de José Emilio Pacheco: "ausencia, olvido, desamor, lejanía y nunca más, nunca, nunca, nunca" se lee en las últimas líneas. Tenía que ser, es muss sein. Nos separamos y él continúo cumpliendo su obra de la vida para después reunirse con su obsesión (la muerte), se acunó en los brazos de la oscuridad y ahora germina en el corazón de los que le conocieron. Es la experiencia misma la que se encarga de enseñarnos que "lo que creíamos permanente demostrará que es solo fugitivo. Una y otra vez, lo que imaginamos repetible, no tuvo lugar nunca más", escribe Fuentes. Quedará el recuerdo, la ausencia, quedará el nunca más, quedarán sus ojos de océano en mi memoria. Sin titubeos suelto un agradecimiento profundo desde mi rojo corazón por haberle conocido y por soñar despierta a su lado. Con amor le digo buen viaje, caminante.
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