martes, 14 de febrero de 2017

La Exposición




-Hola a todas. Antes de hacer la debida y merecida presentación de esta excepcional mujer, creadora de lo que a continuación experimentarán, quiero agradecer la puntual y atrevida asistencia de todas ustedes. Sé que les causa un poco de confusión y tal vez desconfianza el evento pero debo decirles que no se arrepentirán de lo que a continuación van a saborear. 

Recuerdo perfectamente las palabras de aquella mujer anunciando el inicio de un suceso extraordinario, uno que cambiaría nuestras vidas: que cambió la mía. Yo escuchaba con atención y cautela. Mis manos eran agua, me sentía nerviosa, incómoda, insegura…la imagen de unas diez mujeres reunidas en una habitación, con vestido blanco, descalzas, esperando el comienzo algo desconocido era desagradable para mí. 

Una semana anterior al evento, Sofía recibió un sobre con dos boletos para asistir a La Exposición –como se le nombró–. Se leía en la invitación: boletos personales e intransferibles. Detrás de cada uno, una serie de requisitos para poder acceder al lugar: cabello recogido, vestido blanco, no aretes, no calzado, no collares, no anillos, no pulseras, no celulares, no cámaras, no miedo… ¿No miedo? En cuanto leí aquello, comencé a tenerlo. 

– ¿Qué clase de invitación es esta? No pensarás ser parte del experimento, ¿cierto? –Le pregunté a Sofía. 

–Resulta, querida, que formamos parte de la lista de invitadas porque yo así lo pedí. No puedes negarte, prometiste compartir conmigo el fin de semana. –Me miró fijamente, con esa mirada tan suya que desempolva a cualquier espíritu timorato como el mío. Imposible agacharla ante aquellos ojos locos.

En comparación a Sofía, me considero una mujer tranquila, más de lo que la palabra invita a pensar. No suelo actuar de manera improvisada ni mucho menos arriesgada. Certezas, me guío por certezas frías y calculadas. Pero a veces la vida nos coloca en lugares inciertos: de pronto nos encontramos compartiendo camino con personas que invitan a la acción, personas de entusiasmo frenético quienes nos hacen padecer la exaltación de vivir a un ritmo diferente. Bastó un cálido beso de mi amada para comprender que ya estaba de nuevo en aquel arrebato, en el remolino vivo de decisiones y eventos. Sofía sabía acariciar mi alma, sabía persuadirme y yo, con mi corazón acartonado, me deshacía ante ella. 

Llegó el fin de semana y con éste el evento al que yo nunca hubiese ido de no haber sido por Sofía, mi bella Sofía. 

-Sepan todas que Rouge, la artista inigualable, ha estado trabajando toda su vida en esta su obra, su primera y última obra. Porque para ella, la génesis y la consumación siempre son presente, siempre están sucediendo. Ustedes vivirán su propio nacimiento y su propia muerte en esta su magna obra. Ella les estará observando y ustedes a ella a través de su creación artística. No es necesario que la vean fisicamente, siempre hay otras formas de conocer. 

La mujer presentadora exaltó por varios minutos las cualidades de Rouge a la que nunca vimos en persona. Habló de la formación académica de la artista y demás datos mínimos sobre su vida. Pronto se retiró agradeciendo nuestra participación. 

La habitación se sentía fresca, tenía un olor agradable, las paredes eran blancas, el suelo y el techo también lo eran. Todas permanecíamos en silencio en espera de lo incierto, de aquello que no puede esbozar en tu mente porque se encuentra oculto e indescifrable. Sofía tomó mi mano y frotando sus dedos con los míos me tranquilizaba. La espera duró unos segundos. Pronto, de una pequeña cavidad en la pared se escuchó la voz de la experimental artista diciendo: vuélvanse locas y disfrútenlo, queridas. Se apagaron las luces y se disparó un sonido sumamente agudo, como un alfiler entrando por los oídos. Inmediatamente  un sabor amargo me invadió la boca, sentí ganas de vomitar y...ahí comenzó todo. 

Cuerpos celestes eran las mujeres que compartían la habitación conmigo. Podía verlas a todas, yo era consciente de las imágenes: sus rostros, sus vestidos blancos. Pero la piel de todas ellas incluyendo la mía se tornó multicolor: estrellas y galaxias. La habitación de pronto se convirtió en el universo mismo. Ya no había paredes, ni suelo, ni techo, parecía como si estuviésemos suspendidas en la nada. Me acerqué a Sofía para saber lo que ella estaba percibiendo y ella casi susurrando me dijo "somos presente". 

Supe que veía lo mismo que yo. Juntamos nuestros labios y una explosión estelar nos separó. Salieron más astros de nuestros cuerpos, luminosos, vivos. Era tanta energía que percibí en esa habitación que no pude con ella. Súbitamente, un calor, a punto de ebullición, se clavó en mi nuca. Comencé a sentir miedo, angustia, desesperación. Ya no quería estar ahí; sentí que el efecto ya había durado demasiado. Sin embargo, mi cuerpo continuaba explotando en luces de colores, aquello se convirtió en algo imposible de disfrutar. Las mujeres reían, escuchaba su alegría y me parecía perverso: risas desbordadas que no ya compartía. Como pude, me senté en el suelo aunque tuve la sensación de estar sentada en el vacío pues no percibía las dimensiones; y cerrando los ojos para no ver más aquel espectáculo con pretensión de ser el Big Bang moderno, me lamenté... 

“Oh, Sofía, por qué decidiste traerme, por qué tienes esa capacidad de convencimiento, por qué me vuelvo tan débil a tu lado…” -movía mi cabeza de un lado a otro en un absurdo intento por disipar la droga sonora. 

Me percibía fuera de mí, más allá, lejos, inalcanzable, viví mi génesis y después mi consumación (la artista lo había logrado, su experimento había funcionado). Me estaba yendo de este mundo, apagando de la llamada realidad, me despedía de esta vida a la que nos aferramos con tanto capricho, como si fuésemos la gran cosa. Era un sentimiento de desesperanza, una sensación de no estar en ningún lado, de no formar parte nada, de sentir que me hundía en el vacío y nada ni nadie haría algo por mí. De lo ocurrido después, recuerdo poco. 

Ahora, el efecto Big Bang no me abandona. He tomado toda clase de medicamentos, me han hecho toda suerte de estudios. Tal parece que no hay cura para las mentes que han explotado, para la mentes que han padecido el abandono de sí mismas, tal parece que me he quedado suspendida en el experimento. Continúo viendo universos. Permanezco en un estado de indiferencia, me encuentro en esa ilusoria línea entre la génesis y la consumación; entre la realidad y la metáfora. Sofía, Marta, Viviana, Jana, Carmen, Paulina: todas me parecen iguales, polvo de estrellas. Soy incapaz de observar las particularidades. 

Me pregunto si a caso algún día volveré a ser quien fui. Si mi mente dejará de proyectar esas imágenes tan fuera de este mundo. Cierro los ojos para no tener que verlo Todo, me parece que ciertas maravillas deberían administrarse en pequeñas y controladas dosis. Lo inconmensurable debería estar reservado para la muerte, solo así podría soportarse.  




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