Para los condenados a muerte y para los condenados a vida
no hay mejor estimulante que la luna
en dosis precisas y controladas.
Jaime Sabines
Cae el velo sombrío, acaece la
noche. Oscuridad y humanidad se enfrentan, no se compenetran: hace dos días que
falta un espejo en el cielo nocturno: la luna. Nunca la negrura había causado
tanta pesadez, dolor, angustia, melancolía, desasosiego…
El duelo es enfrentado de
diversas formas; cada región del planeta lo vive a su manera. Científicos de todo
el mundo han decidido reunirse para trabajar en conjunto: un suceso
inexplicable merece que la humanidad se una.
Parece que el mar ha comenzado a
convulsionarse, también él padece la nostalgia del abandono. El cielo nocturno
es tan negro e insípido que no se sabe
dónde comienza ni dónde termina: un gran telón azabache. Escasas y artificiales
luces nos recuerdan que el planeta no está completo. Se puede respirar el deseo
vehemente, de la población, de que amanezca; el día ofrece seguridad.
–¡La luna se ha marchado! –a
punto de llanto, una mujer grita con furia como suplicando que alguien le
contradiga.
–Y cómo no se ha de ir si estamos
en constante guerra, destrucción, odio… –un hombre se aventura a exclamar
(acostumbrado a la renuncia) –. Este planeta es digno de que su único satélite
natural, se esfume. El sol también lo hará y la vida en la Tierra se acabará.
Estamos al borde del colapso.
–Es momento de hacer conciencia –se oye a lo lejos–. Esto es una prueba para la humanidad.
Sigo mi camino, haciendo caso
omiso a los comentarios, con un aire de culpabilidad, sintiendo el peso de los
hombres y mujeres que han quedado suspendidos en la incertidumbre. En sus ojos
se refleja el miedo: siempre nos asusta lo que no podemos controlar ni denominar.
Los poetas, confusos, escriben
versos para ella; le imploran un pronto regreso, la exhortan a volver. Los
boleros invaden las calles, siempre hablando de la luna, la cuestionan, le
cantan a la ausencia. Charlatanes salen a las avenidas principales voceando su
contacto con la luna; cada cual tiene un motivo de su partida. Niños y ancianos
enmudecen por la noche, no hay razón para hablar.
Regreso a casa, cabizbaja, lamentando
mi cobardía y mi egoísmo. Advierto mi
delito y mi corazón se hace añicos, pero… soy mortal y soy breve como todos
vosotros. También obedezco a mi frenesí.
–Todo esto sucede en tu
ausencia –le digo–. Allá fuera es un caos. Nadie sabe lo que ocurre.
Y allí está ella, silenciosa, tan radiante y
hermosa. Es mucho más bella cuando la tienes enfrente, con todos esos cráteres
desiguales. No hay ningún conejo, os lo digo yo que la he visto muy de cerca. Tampoco
tiene un sabor a queso, confieso que la he probado con la punta de la lengua.
No le he hecho daño.
Tengo en mi casa un cuerpo
celeste, de 4500 años, según mis fuentes. Nada más humano que sentirte especial
entre todos los demás. Mientras yo la contemplo, perdiéndome en su color platinado,
la humanidad está terriblemente desconcertada.
Sí, la he bajado en un momento de
angustia, de desolación. Quería compañía (quizá me he excedido). He privado al
mundo de la luna. Ahora no sé cómo regresarla ni siquiera recuerdo cómo la
rapté. Jugar a ser Dios resulta peligroso. Es tan terrenal tomar decisiones
guiadas por pasiones. No deberían juzgarme: el mundo ha perecido por determinaciones
similares.
Me recordarán como la mujer que, para
no hacer frente a su soledad y hundida en la pesadumbre de sus emociones, bajó
la luna –única compañera y fiel espejo de todos aquellos que desean reflejarse
en ella.
No me sentencien, llegará el día
en que la angustia y el miedo correrán por vuestro blando cuerpo y un impulso
os hará robar el Sol o las estrellas, tal vez un planeta, animales exóticos…
¿Cuál es la diferencia entre bombardear un país entero y robar la luna? Nuestro más fuerte deseo es el de querer comernos el Universo, un deseo que jamás se extingue.
Ahora yo tengo el satélite
natural de nuestra Tierra y vosotros, las tinieblas.
Interesante... muy interesante.
ResponderEliminarGracias, Niaoblis. Te mando un abrazo. :)
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