jueves, 7 de agosto de 2014

Tan humano...


Para los condenados a muerte y para los condenados a vida
no hay mejor estimulante que la luna 
en dosis precisas y controladas.

Jaime Sabines 


Cae el velo sombrío, acaece la noche. Oscuridad y humanidad se enfrentan, no se compenetran: hace dos días que falta un espejo en el cielo nocturno: la luna. Nunca la negrura había causado tanta pesadez, dolor, angustia, melancolía, desasosiego…

El duelo es enfrentado de diversas formas; cada región del planeta lo vive a su manera. Científicos de todo el mundo han decidido reunirse para trabajar en conjunto: un suceso inexplicable merece que la humanidad se una.

Parece que el mar ha comenzado a convulsionarse, también él padece la nostalgia del abandono. El cielo nocturno es  tan negro e insípido que no se sabe dónde comienza ni dónde termina: un gran telón azabache. Escasas y artificiales luces nos recuerdan que el planeta no está completo. Se puede respirar el deseo vehemente, de la población, de que amanezca; el día ofrece seguridad.

¡La luna se ha marchado! –a punto de llanto, una mujer grita con furia como suplicando que alguien le contradiga.

Y cómo no se ha de ir si estamos en constante guerra, destrucción, odio… –un hombre se aventura a exclamar (acostumbrado a la renuncia) –. Este planeta es digno de que su único satélite natural, se esfume. El sol también lo hará y la vida en la Tierra se acabará. Estamos al borde del colapso.

Es momento de hacer conciencia se oye a lo lejos–. Esto es una prueba para la humanidad. 
   
Sigo mi camino, haciendo caso omiso a los comentarios, con un aire de culpabilidad, sintiendo el peso de los hombres y mujeres que han quedado suspendidos en la incertidumbre. En sus ojos se refleja el miedo: siempre nos asusta lo que no podemos controlar ni denominar.

Los poetas, confusos, escriben versos para ella; le imploran un pronto regreso, la exhortan a volver. Los boleros invaden las calles, siempre hablando de la luna, la cuestionan, le cantan a la ausencia. Charlatanes salen a las avenidas principales voceando su contacto con la luna; cada cual tiene un motivo de su partida. Niños y ancianos enmudecen por la noche, no hay razón para hablar.

Regreso a casa, cabizbaja, lamentando mi cobardía y mi egoísmo.  Advierto mi delito y mi corazón se hace añicos, pero… soy mortal y soy breve como todos vosotros. También obedezco a mi frenesí. 

Todo esto sucede en tu ausencia le digo. Allá fuera es un caos. Nadie sabe lo que ocurre.

Y allí está ella, silenciosa, tan radiante y hermosa. Es mucho más bella cuando la tienes enfrente, con todos esos cráteres desiguales. No hay ningún conejo, os lo digo yo que la he visto muy de cerca. Tampoco tiene un sabor a queso, confieso que la he probado con la punta de la lengua. No le he hecho daño.

Tengo en mi casa un cuerpo celeste, de 4500 años, según mis fuentes. Nada más humano que sentirte especial entre todos los demás. Mientras yo la contemplo, perdiéndome en su color platinado, la humanidad está terriblemente desconcertada. 

Sí, la he bajado en un momento de angustia, de desolación. Quería compañía (quizá me he excedido). He privado al mundo de la luna. Ahora no sé cómo regresarla ni siquiera recuerdo cómo la rapté. Jugar a ser Dios resulta peligroso. Es tan terrenal tomar decisiones guiadas por pasiones. No deberían juzgarme: el mundo ha perecido por determinaciones similares.

Me recordarán como la mujer que, para no hacer frente a su soledad y hundida en la pesadumbre de sus emociones, bajó la luna –única compañera y fiel espejo de todos aquellos que desean reflejarse en ella. 

No me sentencien, llegará el día en que la angustia y el miedo correrán por vuestro blando cuerpo y un impulso os hará robar el Sol o las estrellas, tal vez un planeta, animales exóticos… ¿Cuál es la diferencia entre bombardear un país entero y robar la luna? Nuestro más fuerte deseo es el de querer comernos el Universo, un deseo que jamás se extingue.


Ahora yo tengo el satélite natural de nuestra Tierra y vosotros, las tinieblas. 





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