sábado, 8 de junio de 2013

Una pesimista optimista



Es verdad que tenemos lo uno: un panorama desolador.

Despertamos destinados a recordar una serie de números con un mismo orden pero diferentes cada día: cero cinco del cero seis del trece. Así nos incorporamos a la vida colectiva e iniciamos la serie de tareas que nos corresponden. Cada quien cumple su papel en la obra y es necesario actuar de prisa, pues son muchas las actividades a realizar o, en todo caso, de querer realizar.

Caminamos con el cuerpo flojo, en automático, en un mundo lleno de necesidades que esclavizan. Nuestra sociedad, enajenada con los “objetos útiles” de uso y deshecho, adora el comercio; independiente, popular, ilícito, internacional, cualquiera es bueno y deseable. Lo primero que se vende y se compra es el hombre mismo, su fuerza de trabajo. El hombre ya no aspira a expresarse como hombre, hemos olvidado lo que es ser sujetos.

Y ni hablar de los estímulos tecnológicos que nos tienen enredados, nos amotinan en cubos para hacer nuestros deberes desde un sillón, nos restan obligaciones, cadenas de interacción todas virtuales. Besos tecleados...

Y pese a todo esto, también es cierto que existe lo otro: voces pasadas en formas de ecos, palabras y raíces, una comunión natural entre el hombre y la cultura, una necesidad de expresar, en lo vivo, cualquier deseo libertario. Existen revoluciones cada instante: almas, mentes, cuerpos, siempre rebeldes. Arte en la vida y vida en el arte: expresiones, creaciones, danzas indomables, pinturas frescas, sabores, aromas, versos oprimidos jamás silenciados, sed de lucha, amaneceres casi perpetuados en fotografías pero siempre vivos para observarse. Todo esto, que en nada es estimado, existe con fuerza. Basta voltear la mirada para llenarmos de ello.





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